Elaborado por: Javier Medrano Director y CEO de la agencia.
Pasó lo impensable. Ocurrió lo ilógico. Sucedió aquello que nadie imaginaba que podía pasar y menos con esos resultados: Massa, el ministro de economía de la inflación, ganó las elecciones presidenciales con un 38%. Holgadísimo y lejos del libertario Milei que llegó apenas a un 30%. Y más abajo a Bullrich, la candidata más moderada de juntos por el cambio de la facción de Macri.
Todo fue un desastre. Por lo menos para quienes todavía no salimos del asombro de que el principal responsable de la hecatombe económica Argentina – a un paso de la hiperinflación -, haya ganado un proceso eleccionario. La primera línea de análisis es que el miedo a lo desconocido y la división de la oposición pudieron más que el sentimiento de hartazgo y posibilitaron el éxito parcial Massa, ya que debe ahora enfrentar un balotaje en noviembre frente al candidato de ultraderecha Milei.
Y peor aún si a esto le sumamos los escándalos de corrupción groseros en la administración de Alberto Fernández, de Cristina Kirchner y en la gobernación de CABA bajo la administración del peronista Kichillof, cuyo jefe de gabinete (Martín Insaurralde) habría robado más de 100 millones de dólares, hayan logrado victorias eleccionarias.
Es muy probable que ese sentimiento de hartazgo, de ira haya terminado cediendo ante un sentimiento de miedo hacia un enorme salto hacia lo desconocido con Milei de la mano; aspecto que terminó beneficiando al oficialista de Unión por la Patria.
La gente optó por lo malo conocido que lo “bueno” por conocer.
Otra explicación plausible – ojo que no es la única. Acá hay una problemática multifactorial – para el triunfo parcial de Massa, es haber liderado un verdadero de festival de rock bajo la tonada del populismo al prometer, a unas horas antes de las elecciones un plan de subsidios en beneficio de los 18 millones de argentinos que, increíblemente, dependen de los favores del Estado. Una masa gigantesca de voto cautivo peronista y kirchnerista.
La elección presidencial está muy lejos de terminar. Ahora la segunda batalla será este 19 de noviembre donde, esta vez, sólo será entre ellos dos y que se enfrascarán en una pelea durísima en el electorado argentino. Uno siendo parte activa de un gobierno mediocre e ineficiente y otro que jamás estuvo en cargo público y que promete volar por los aires a todo lo que tenga una relación directa o indirecta con el peronismo o, peor aún, algún vínculo con el kirchnerismo.
¡Pero ojo! Juntos por el Cambio, que salieron en tercer lugar, tienen la llave de la presidencia. Ellos deberán tomar decisiones de apoyar a Massa o a Milei. O dependerá de la capacidad de ambos candidatos para acercarse a esa tercera opción y buscar sus votos para colgarse la banda presidencial.
El papel que desempeñen los dirigentes de las fuerzas políticas excluidas de la instancia electoral puede ser decisivo. Todo dependerá de los ámbitos de poder que negocien entre ambas facciones. Porque al final, la política es eso: ganar escenarios de poder.
Sin duda alguna, es fundamental que la principal fuerza opositora – en términos de representación parlamentaria – asuma que, pese a su fracaso eleccionario -, tiene un trascendente rol por delante para ayudar a preservar el sistema institucional de la república impidiendo que este se desvíe por el camino de las tentaciones autoritarias y abogando por el predominio de los valores por sobre los intereses. Un claro ejemplo es España dónde Sánchez – frente a un Feijoo que sí ganó las elecciones, pero no puede formar gobierno -, pese a perder las elecciones, podría asumir, nuevamente, el poder, gracias a una serie de alianzas que cierre con los partidos “menores” e incluso con algunos “extremistas” como Bildu (ligado a la facción terrorista ETA) y a los independentistas Juntos por el cambio. Es decir, no importa si debo aliarme con asesinos y ex terrorista y con políticos que quieren dividir España, con tal de gobernar.
¿Cuál es la diferencia entre ese Massimo con doble s por el apellido de Massa y el masismo boliviano? La más importante es que el Massimo está compacto, pese a las diferencias entre Cristina y el presidente de Argentina y han logrado aferrarse al poder. De mantenerse vivos y fuertes pese a todos los descalabros, corruptelas, ineficiencias y una larguísima lista de pillerías.
El masismo, con una s, en cambio, está fracturada. Está dividida y enfrentada. Está implotando y no pudieron cerrar filas que a la postre le significará, si no hacen una rectificación, perder unas elecciones presidenciales. O, por lo mínimo, poner en riesgo la continuidad del masismo: ya sea evista o arcista. Los unos apañaron una candidatura, contra viento y marea. Enterraron sus lanzas y pese a las caras de asco, se dieron la mano.
En Bolivia, en cambio, el masismo sólo va al descalabro total y tanto Evo como Arce han desenterrado sus lanzas y están en una pelea que en la medida que nos acerquemos a las elecciones, los muertos políticos a su alrededor serán innumerables. ¡Esa es la diferencia!