Elaborado por: Javier Medrano Director y CEO de la agencia.

Que tu lengua no atropelle a tu cerebro



Vivimos tiempos de lenguaraces, de liviandad, de estridencias. Estamos atosigados de insultos y descalificaciones públicas y padecemos a diario el uso y abuso de micrófonos para denostar, humillar y, hasta, incluso, para calumniar e injuriar. Es un verdadero zafarrancho. Y, a mi juicio, el problema radica en la ausencia de profesionalismo, de no haber pasado por las aulas de la universidad para aprender este oficio tan noble como es el periodismo. Existe un desconocimiento absoluto de la deontología propia de esta profesión. Y, por lo mismo, se caen en graves errores y situaciones engorrosas. Para uno y otro lado. Todos salen (salimos) perjudicados por culpa de esta cacofonía mediática a causa de esta ausencia de verdaderos profesionales al frente de algunos programas que se emiten.

Nadie quiere rectificarse. Nadie quiere corregirse. Nadie quiere reconocer sus errores. Los que lo hacen, tiene valentía y honestidad intelectual. Pero también se espera que el aprendizaje, que pena que sea a la mala, sea también evidencia de que se evite volver a caer en el griterío y la torpeza, que son completamente ajenas a esta profesión.

De ahí el enorme cuidado – hasta supremo, como profesional de la comunicación -, de verificar, constatar, cruzar fuentes antes de lanzar una información. El grave problema radica en que el mensaje queda y quedará para siempre. El daño no se atenúa con un “me equivoqué”. Se debe estar consciente del enorme estropicio que esta impericia provoca en la opinión pública y en la pérdida de credibilidad y reputación personales e institucionales como medios y programas de comunicación.

En palabras del periodista español Francisco Rosell (exdirector de El Mundo, de España), sin duda alguna que la obligación del periodismo es desnudar “aquella verdad oficialista” para saber qué hay detrás de esa apariencia. Y es, precisamente, en esa tarea que se juega la credibilidad, un medio de comunicación y donde su marca es garantía para sus lectores o televidentes. Y la única manera de lograrlo es con investigación fidedigna y debidamente respaldada.No en vano, el cronista polaco Ryszard Kapuściński (Premio Príncipe de Asturias y autor del libro “Los Cínicos no sirven para este oficio”), sostenía que para ejercer el periodismo, primero se debía (se debe) ser buena persona. Porque informas, orientas, hasta, incluso, inspiras a una sociedad de manera integral. Construyes y defiendes valores y principios. Eres referente, un modelo social. Y lo debes ser porque las personas confían en esa persona que está detrás de las cámaras o micrófonos. No es ninguna menudencia. Abusar de esa confianza es de gente de poca estofa. De improvisados o, peor aún, de venales de la información. Baste repasar los medios públicos para comprobar esta desidia hacia la verdad y hacia el periodismo como tal.

Por otro lado, a mi juicio, también deberíamos comprender el valor del diálogo y sus silencios. No de estar “silenciado”, ojo. Lo aclaro para cualquier despistado. El silencio es una bendición, un bálsamo. Son muy escasos aquellos que saben cuándo hablar y cuándo callar; raros, pero muy raros, aquellos que saben usar los silencios, las pausas en una entrevista. Pareciera que son poquísimos los que se atienen a las reglas de cortesía necesarias para una buena conversación periodística – que en esencia es un diálogo, no un embate o un atropello -, en la cual hay una lid de silencios, pausas y palabra hablada.

Partir del hecho de que si no eres agresivo eres un mal periodista, es una visión extraviada y absurda del periodismo. A las fuentes no se las maltrata. A las fuentes se les consulta y se le extrae información productiva, interesante y noticiable en beneficio de la sociedad. Las preguntas más difíciles son las más simples. Aquellas que desnudan de cuerpo entero al político o empresario. Con buen tono y respeto. No a escupitajos y acusaciones verbales.

En medio de todo este barullo mediático, el silencio no es renuncia, sino contención. Es reflexión. Es saber escuchar. El silencio es, por supuesto, prudencia. Es elocuencia y lo es porque hay silencios que dicen mucho más que las palabras. Hay silencios que gritan, que consienten, que censuran, que claman, que duelen…El periodismo es palabra y prudencia, al mismo tiempo.

Terroristas drogados, las nuevas tácticas de Hamas

En todas las guerras, desde siempre y desde que se tiene noticias, los soldados salían al campo de batalla, embebidos en alcohol o bajo alguna sustancia alucinógena. Había que cargar valor, fuerzas y mucho coraje para enfrentar a la muerte, mirarla a los ojos, para luego morir de manera honrosa. Y no como un cobarde que huye, despavorido, del filo de las lanzas.

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El massismo argentino versus el masismo boliviano

La elección presidencial está muy lejos de terminar. Ahora la segunda batalla será este 19 de noviembre donde, esta vez, sólo será entre ellos dos y que se enfrascarán en una pelea durísima en el electorado argentino. Uno siendo parte activa de un gobierno mediocre e ineficiente y otro que jamás estuvo en cargo público y que promete volar por los aires a todo lo que tenga una relación directa o indirecta con el peronismo o, peor aún, algún vínculo con el kirchnerismo.

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¿Debería ser obligatorio el debate presidencial?

Ningún acto de campaña, spot publicitario ni posteo en redes sociales reemplaza el juego de opiniones en un abierto intercambio de ideas. Ninguno. Nada hay más productivo que este encontronazo de candidatos. De lucha de fuerzas. De credibilidades. De firmezas o debilidades. Un debate es, de lejos, el mejor acto democrático que puede haber.

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Pasión por la ignorancia: Cumbre plurinacional, bloqueo minero, paro cívico, cerco a Scz

Lo patético es que el Gobierno se ha tomado una caja de Ignorital. Acojonado de risa abraza, fervientemente, la pasión por ignorar el conflicto minero en la ciudad de La Paz, que la tiene bloqueada y sumida en caos; de la escasez de gasolina generado por sus propios esbirros monolíticos y descerebrados. El Gobierno, feliz y saltando en un campo de flores, minimiza los paros, aunque sean por 24 horas de otros departamentos como Trinidad, Tarija y Cochabamba reclamando un censo el 2023. Bailando, ha convocado a una cumbre “plurinacional” en Cochabamba para generar más conflicto y peleas sociales. Dividamos, confrontemos. Nosotros tenemos la verdad. Ellos no. Claro, nosotros tomamos Ignorital, ellos, en cambio, café negro.

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Política, del arte de lo imposible, al arte de la torpeza

Por lo tanto, la democracia liberal, en sus ciclos de baja calidad y de altísimo progreso social e institucional, ha perdurado y ha regresado repetida y reiteradamente porque a las personas de diversas culturas no les gusta vivir bajo una dictadura o bajo un tiranillo de turno. Y esa es, por ejemplo, el principal valor y coraje del pueblo ucraniano para luchar cada día en defensa de su país de sus vecindarios, de sus tierras, frente a un ejército ruso obligado y desmoralizado.

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Un gobierno disociado y dislocado de los bolivianos

Embutidos en su burbuja de Plaza Murillo, los administradores del poder sólo ven enemigos, golpistas, imperialistas y una sarta de imbecilidades que sólo les sirve para mantener una narrativa desgastada, hueca, absurda, desfasada y dislocada de la realidad. Mientras que la incertidumbre respecto del futuro de la economía, la inseguridad laboral, los cambios permanentes de la seguridad jurídica para atraer inversiones o de los permanentes ataques al sector privado – generador de economía por excelencia – el Gobierno mira su ombligo y avanza con reformas discrecionales que solamente importan a algunos de sus correligionarios y se aleja, peligrosamente, de una sociedad que ya le está pasando factura.

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El otro conflicto moral en Ucrania: el periodismo de guerra

Una tarde infernal en Sudán – en África, allá por 1993 – el fotógrafo sudafricano Kevin Carter, apuntó su lente en un niño famélico, agonizante, en medio de un basural, enroscado y con la cabeza enorme y pesada casi besando el suelo, entregado a la muerte. Cerca del niño, de apenas tres años, alzaba sus alas amenazantes un buitre, esperando la oportunidad para clavar la estocada final. El fotógrafo esperó y graficó la escena. Aquella tragedia capturada, tiempo después, le significó ganar un premio Pulitzer. El niño murió, no por el buitre sino por otras enfermedades meses después. El debate se abrió sobre el código de ética del periodismo y del camarógrafo por no auxiliar al niño. Fue fustigado, condenado y ya harto por tanta presión, se suicidó.

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