Elaborado por: Javier Medrano Director y CEO de la agencia.
Para Francis Fukuyama, el fin de la historia había llegado a tropel cuando el muro de Berlín cayó - después de un larguísimo proceso de descomposición política que padeció el régimen asesino y totalitario comunista soviético -, a punta de combazos, por parte de los propios ciudadanos alemanes, para luego fundirse en abrazos entre amigos, familiares e incluso policías de ambos bandos, azorados por la apertura de las puertas de la libertad.
Pero ese muro simbólico de división y odio político, parece haber golpeado otros muros de control de los sistemas liberales, ya que, en la última década, por lo menos, la política mundial ha estado fuertemente marcada por líderes – electos por voto popular – profundamente antidemocráticos y que no están limitados ni por la ley ni por los controles constitucionales.
Tanto Rusia como China son los principales regímenes no democráticos que argumentan que la democracia liberal está en proceso de declive, y que su “forma” de gobierno autoritario y fuerte sí es capaz de actuar con decisión y resolver demandas sociales, mientras que sus rivales democráticos debaten, vacilan y no cumplen sus promesas.
Nada más falso. Para estos dictadorzuelos que “venden” sus regímenes a través de satélites en el mundo como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Argentina y ahora Colombia, Chile probablemente, Brasil, nuevamente con Lula, manipulan y tuercen las democracias en favor de sus mezquinos intereses geopolíticos.
Ningún país hizo tanto por destruir las democracias occidentales como Rusia y China. De corromper economías, de subvencionar ataques cibernéticos, de generar campañas de desinformación, de control de narrativas y de destrucción de liderazgos regionales. Fueron y son los enemigos acérrimos de cualquier democracia occidental, junto a sus socios iraníes, turcos y bielorrusos.
Ambos regímenes fueron la punta de lanza para la gestación de una ola autoritaria agresiva y que hizo, sin duda alguna, retroceder cualquier avance democráticos en todo el mundo. Son eficientes en su negocio. Financian partidos políticos, aúpan candidatos antisistema como Trump, Erdogan, Maduro, Morales, Ortega, Fernández, los Kirchner, Meloni, socios de los que sacan grandes y jugosas ganancias del caos y la incertidumbre que provocan en sus países monigotes.
Sin embargo, hay debilidades y puntos ciegos que deben alumbrarse para evitar seguir caminando por la senda del autoritarismo corrupto y mafioso. El primero de todos, la firme constatación de que la concentración de poder en manos de un único líder, es la mejor garantía de la toma de decisiones de bajísima calidad y atentatoria contra los derechos humanos y el bien común. El segundo, la ausencia de discusión, criticidad social y debate públicos están completamente prohibidos en los Estados “fuertes”, junto con la más absoluta carencia de rendición de cuentas públicas de la administración de los recursos de un Estado, que son manejados con total discreción.
Por lo tanto, la democracia liberal, en sus ciclos de baja calidad y de altísimo progreso social e institucional, ha perdurado y ha regresado repetida y reiteradamente porque a las personas de diversas culturas no les gusta vivir bajo una dictadura o bajo un tiranillo de turno. Y esa es, por ejemplo, el principal valor y coraje del pueblo ucraniano para luchar cada día en defensa de su país de sus vecindarios, de sus tierras, frente a un ejército ruso obligado y desmoralizado.
Hemos asistido a duros retrocesos del progreso de la democracia liberal, pero estos pasos en reversa no significan que la narrativa subyacente sea equivocada. Los totalitarios y los políticos soberbios tienen que entender que sus modos de ejercer la política sólo generan caos e incertidumbre. Dos dagas que se autoinfligen y de las que mueren, irremediablemente, en el mediano plazo.