Elaborado por: Javier Medrano CEO. Medrano & Asociados.
Parecería un sinsentido. Una aberración en la actual sociedad de consumo donde la competitividad profesional y empresarial son salvajes. En Cuba el tiempo se detuvo y su enfoque excesivamente paternalista, idealista e igualitario, que instituyó la llamada revolución, terminó siendo uno de los experimentos socio políticos más fracasados de la historia latinoamericana.
Los subsidios sociales, los bonos alimenticios, las “cuotas políticas”, la corrupción burocrática, los sátrapas miembros del partido comunista –se calcula cerca de casi 800 mil miembros parásitos del estado cubano, que además, como todo sistema comunista y totalitario, gozan de privilegios y ventajas frente al revolucionario de a pie- junto a una larga cadena de lecturas y distorsiones económicas y sociales, aunado al sistemático control del aparato estatal sobre la vida de todos los cubanos, generaron que el propio Raúl Castro, en un mitin político, sostuviera horrorizado que Cuba es el único país del mundo donde la gente vive sin trabajar.
¿Qué pasó? En 1993, con la desaparición de la Unión Soviética – evidenciando el fracaso del comunismo como sistema político y económico, proceso al que Fukuyama tildó como el fin de la historia- el grifo de los subsidios hacia Cuba se cerró y la isla sufrió un colapso económico con efectos negativos sin precedentes. Las revoluciones sin dinero, son actos políticos fallidos. Son verborrea populista. De pronto, los cubanos operaban huesos rotos sin anestesia, remataban sus tesoros familiares (joyas e incluso libros) y la ciudadanía tuvo que empezar a administrar su subsistencia basada en la desesperación de no encontrar los productos básicos de la canasta familiar (jabón, aceite, huevos, leche, toallas sanitarias).
El dictador Fidel Castro enfrentó su primer conato de descontento social, conocida como “el Maleconazo”. Ese mismo verano -en parte para aliviar la presión interna– el tirano permitió el éxodo masivo de cubanos a Miami, la misma que se conoció como “la crisis de los balseros”. En 1980, se produjo el primer éxodo de 125 mil isleños hacia las costas norteamericanas.
Algo anda muy mal cuando una botella de aceite comestible cuesta el equivalente a tres días de trabajo. Raul Castro, una vez entronado, gracias al traspaso de poder del hermano mayor Fidel al hermanito menor, entre 2007 y 2009 operó cambios administrativos como el cierre de los comedores gratuitos, el acceso a hoteles antes exclusivos para turistas.
Pero Cuba, una vez más acudió a su política revolucionaria parasitaria para salir de su crisis económica –por lo menos por un breve tiempo-, gracias a la exorbitante ayuda del gobierno chavista. El apoyo anual combinado de petróleo subsidiado, inversiones y pago en efectivo (por los servicios médicos sobre todo) llegó a sobrepasar al propio subsidio soviético: solo en 2010 totalizó casi trece mil millones de dólares. Pero la suerte estaba echada: la crisis de Wall Street, el derrumbe de las economías y la caída del precio del petróleo, junto con la muerte súbita de su rey midas, Hugo Chávez, tiró por la borda nuevamente su frágil y anacrónica economía comunista. Una vez más, Cuba se quedaba sin dinero con un aparato productivo quebrado y obsoleto.
Hoy deben desmontar al monstruo de 3.700 empresas estatales que manejan todos los ámbitos de la economía cubana, a través de un enjambre de uniones ligadas al Partido Comunista dando trabajo superfluo a más de dos millones de burócratas. El 80% de estas empresas operan con pérdidas. En el Ministerio de la Construcción, por ejemplo, veinte mil empleados se ocupan de la administración y solo ocho mil de poner ladrillos. Los comunistas en Cuba llegaron al final de su camino. Ahora deberán trabajar, pero de verdad.