Elaborado por: Javier Medrano Director y CEO de la agencia.
La vejez es saber amar y es saber perder. Para quienes tienen la dicha, es amar a una familia grande, numerosa, llena de vida y donde nunca faltan los niños. Para aquellos desdichados, la vejez es perder todo, vivir en soledad, en abandono, en remordimiento y culpa. En ambos casos, la vejez es difícil. Los adultos mayores son los más necesitados de asistencia médica, de medicinas, de un lugar digno para dormir, comer y pasar el tiempo ya en declive. Todos, irremediablemente, envejeceremos –salvo accidentes de toda índole- y en ambos casos, la dignidad es un derecho humano que debe protegerse, promoverse y fortalecerse. Todos cargaremos sobre nuestros hombros el peso del tiempo y con nuestra piel ajada y nuestro cuerpo maltrecho, enfrentaremos tiempos de dolores, achaques y desvaríos.
La vejez es una trampa biológica ineludible para todos y cuando caemos en ella, perdemos el control de nuestros actos, nos brota con todas sus fuerzas la vulnerabilidad y el mínimo control de nuestro tiempo, de nuestra movilidad, de nuestra capacidad de pensar con claridad. Caemos en una enajenación mental y corporal. Nada es nuestro. Nada nos pertenece. Nada es nuestro y abrimos las manos, temblorosas, hacia quienes en esa etapa de la vida tienen el poder de la juventud, en busca de protección.
La tragedia del Rey Lear, precisamente, comienza con la vejez. Con la entrega de su poder e identidad a otras personas de las que depende -inexorablemente- en su debilidad e indefensión para, por lo menos, por un instante, seguir aferrado a un momento más de vida prestada. Pero ya despojado de sus riquezas, pobre y viejo termina siendo un estorbo. Su vida ya no es rentable.
De viejos la economía se ensaña con ellos. Son una carga pesada para las nuevas generaciones que, hipnotizados por su juventud, viven el espejismo que ellos nunca envejecerán. Que nunca serán una carga, un peso muerto en una mecedora o en un toco. Los viejos son una peste de la que hay que huir, con gimnasio, con cremas, con cirugías, con todo lo que esté al alcance de las manos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 2020 y 2030 el porcentaje de habitantes del planeta mayores de 60 años aumentará un 34%, y si su número acaba de superar al de los menores de cinco años, en 2050 sobrepasará al de los adolescentes y jóvenes de entre 15 y 24 años. El mundo será cada vez más viejo y su población de ancianos será su pareja de baile.
El envejecimiento mundial amenaza con dar un vuelco a la economía. La mayor longevidad y la caída de los nacimientos son una tendencia imparable que supondrá más gastos en sanidad, pensiones o dependencia. Los expertos auguran más impuestos y un nuevo modo de consumir.
La esperanza de vida se alarga cada vez más. Casi de manera antinatura. Los nacimientos no son lo suficientemente rápidos como para mantener intacto el sistema económico de fuerza laboral fresca y vigorosa. China tardó 35 años en abolir por completo la política del hijo único –recién lo hizo en 2015-, Corea del Sur, el país con la tasa de fertilidad más baja de la OCDE, no deja de aumentar las ayudas a aquellos que decidan ser padres mientras cada vez más escuelas echan el cierre por falta de alumnos.
Nacen menos niños y vivimos más años. Quizás demasiados.
¿Qué consecuencias económicas trae consigo esta falsa juventud senil? Un menor crecimiento del PIB debido a que el desplome de la natalidad reducirá la demanda -mercados boyantes como el chino pueden volverse más pequeños-; problemas para sostener la estructura de gasto público en ámbitos como las pensiones, la sanidad y la educación al contar con menos cotizantes en el sistema y más personas dependientes, y un cierto desequilibrio en el modo en que se extraen las materias primas.
El mayor desafío económico del envejecimiento y la reducción de la población es el consumo, no la producción. Las personas mayores no consumen tanto como los jóvenes. Y su consumo decreciente no puede ser reemplazado por un robot. Los robots no compran casas, alimentos ni automóviles. Esta es la razón por la que el envejecimiento y la reducción de la población empujan al mundo a un periodo prolongado de estancamiento económico. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, también ha opinado del tema esta misma semana. Y sus augurios son incluso peores: “El colapso de la población es la mayor amenaza que enfrenta la civilización”, dijo.
Los japoneses, solo ellos para armar este catálogo, hablan de preancianos, ancianos y súper ancianos, pero independientemente de su categoría, les brindan dignidad y una posición superior en su sociedad. Los ancianos en Bolivia, en cambio, son abandonados, maltratados y, hasta, satanizados.