Elaborado por: Javier Medrano Director y CEO de la agencia.
Mientras la población padece por la inflación, la inseguridad, los salarios precarios, el gigantesco mercado informal, el acoso de impuestos, la proliferación del narcotráfico - desde las grandes fábricas que contaminan cuencas de ríos, parques y reservas naturales, hasta el microtráfico que pone en riesgo a jóvenes y niños-, la burocracia infinita y corrupta de las instituciones públicas, la justicia podrida y politizada que deja al ciudadano de a pie en la absoluta indefensión y terminando con los políticos zascas que a diario montan peroratas mediáticas, los bolivianos estamos en la más precaria de las situaciones, frente a un Gobierno que padece de una profunda disociación de la realidad.
Embutidos en su burbuja de Plaza Murillo, los administradores del poder sólo ven enemigos, golpistas, imperialistas y una sarta de imbecilidades que sólo les sirve para mantener una narrativa desgastada, hueca, absurda, desfasada y dislocada de la realidad.
Mientras que la incertidumbre respecto del futuro de la economía, la inseguridad laboral, los cambios permanentes de la seguridad jurídica para atraer inversiones o de los permanentes ataques al sector privado – generador de economía por excelencia – el Gobierno mira su ombligo y avanza con reformas discrecionales que solamente importan a algunos de sus correligionarios y se aleja, peligrosamente, de una sociedad que ya le está pasando factura.
Esta torcedura mental revela las desorientaciones de un gobierno errático, maniatado por una retórica desgastada y hueca y es una muestra, por supuesto, de sus fragilidades y distorsiones como oficialismo. Son paranoicos de la política. Y esa actitud afecta la posibilidad de conversar, entablar diálogos fidedignos, concertar acuerdos, llegar a conciliaciones. El Gobierno juega sucio, es amañado y sólo está minando la democracia con su lectura unidimensional de la realidad y provoca, como es lógico, que la oposición endurezca sus posiciones y se quemen puentes, barcos y mesas de diálogo. Cree, supino, que, engañando con agendas escondidas para elegir al defensor del pueblo y otras sandeces, es hábil o inteligente.
El peligro concreto de que todos estén en una bolsa de gatos pegando arañazos en un toletole triste y patético es que, cuanto mayor es la crisis, mayor es la posibilidad de que surja un líder peligroso.
Toda esta disociación de la realidad, de la marcada distancia entre lo que abruma a los bolivianos con dificultades cotidianas frente a un Estado ausente y la consecuente anomia generalizada, junto a un régimen político que irresponsablemente no mira más allá de sus narices y cuyos integrantes a lo sumo tratan de obtener del creciente caos alguna ventaja individual, sectorial o electoral, es la prueba fehaciente de la degradación profunda de nuestros políticos y dirigentes.
No existe el más mínimo interés en fortalecer, transparentar y fiscalizar a las instituciones públicas. Policías matones, narcotraficantes, jefes de bandas delincuenciales, asesinatos, ajusticiamientos; jueces y fiscales borregos, corruptos y obsecuentes con el dinero y las directrices masistas, demuestran la gigantesca orfandad en la que todos los bolivianos se encuentran.
No existe, ni siquiera un mínimo esfuerzo, aunque sea ínfimo, por mejorar la calidad de las instituciones, hacerlas más participativas, transparentes y competitivas. No existe un centavo de voluntad para renovar liderazgos y buenas prácticas políticas. Para fortalecer la democracia, vigorizar su legitimidad y cimentar la cultura cívica. La sociopatía es la norma.
Esta licuación de la política y su liviandad, esta desagradable tendencia a la manipulación de las principales reglas del juego ya no es novedad. Es la comida sosa que se ha afincado como el menú diario para los bolivianos.
¿Qué está pasando? Las fuerzas políticas están implotando. Se están carcomiendo hacia adentro. Sus mandíbulas se están comiendo sus propias vísceras, cerebro, piernas, manos y ojos. Sus propias mascadas son abundantes y generosas y no están dejando nada de sus cuerpos político-partidarios, ante la mirada absorta de los electores.
Baste ver a un Evo Morales obeso y glotón sentado en la mesa masista masticando a disque sus socios y compañeros, comiéndose a dentadas su propio proyecto político. Sólo importa su poder, su persona, su plato de comida. Devora sólo, con los codos y los hombros reclinados, a manos llenas sobre la mesa, abrazando su sopa fría, mirando con odio a todos a su alrededor.
Estos hechos revelan lo obvio: la miseria política, políticos escuálidos y una extraordinaria confusión para determinar urgencias y prioridades en los estamentos más altos de la administración nacional, como es llevar adelante un censo tan importante para Bolivia, lo más pronto posible; una política eficiente de lucha contra el contrabando, el fortalecimiento de escuelas y hospitales, construcción de infraestructura, caminos, carreteras entre otras centenas de urgencias. Pero no. Sin brújula, están dispuestos a montarse sobre agendas esquizofrénicas y machacar con discursos famélicos para hacer gala de su extrema disociación con la realidad.